jueves, 29 de marzo de 2018

El valor de la Empatía



La empatía es la capacidad de 'ponerse en la piel del otro', es esa complicidad emocional, esa posibilidad de captar el sentimiento de otra persona para entender cómo es y qué le sucede. Muchos pensadores creen que es el más grande de todos los valores. 

La empatía se consigue escuchando y observando mucho, y está íntimamente relacionada con la inteligencia emocional. Alguien con mucha empatía es alguien inteligente, capaz de canalizar sus emociones y las de los demás. Podemos fomentar el valor de la empatía en los niños. Utiliza cuentos, poesías, y sobre todo, tu ejemplo. 

Cuando los niños son muy pequeños piensan que todo el mundo gira alrededor suyo. Según van creciendo van comprendiendo y, lloran cuando ven que Bambi se queda sin mamá o ríen si ven alguna película graciosa y, eso ocurre, porque se identifican con los personajes y las emociones de los otros. Eso quiere decir que empiezan a desarrollar la capacidad de la empatía. Si nosotros les ayudamos a poner nombre a esas emociones, a expresar lo que les ocurre, aprenderán enseguida a ser empáticos, es decir, a preocuparse por las necesidades de los demás, a ser compresivos, por lo tanto, irán adquiriendo habilidades sociales, fundamentales para relacionarse con el resto de las personas.

Los niños aprenden con nuestro ejemplo. Si los adultos prestamos atención a las cosas que les ocurren y les hacemos ver que nos importan y tenemos en cuenta sus opiniones, con seguridad, haremos que sean empáticos con los demás. Las situaciones cotidianas son la escuela para el aprendizaje de la empatía.

Los niños empáticos son más comunicativos porque saben expresar mejor sus emociones y tienen mayor autoestima porque se sienten más seguros, por eso, es muy importante que aprendan a  escuchar y a ser observadores.

Juegos y actividades para educar a los niños en la empatía

- Recurrir a cuentos, canciones, poesías, es una buena idea para que los niños vayan aprendiendo a ser empáticos.

- Hacer teatrillos representando los personajes de un cuento, intercambiar los papeles de cada uno, es bueno para que se den cuentan de cómo se siente cada uno.

- Podemos poner unos dibujos en su habitación, en la puerta del frigorífico, etc. con unas caras mostrando diferentes emociones y, a lo largo del día, aprovechando las situaciones cotidianas, podemos pedir al niño que elija una que demuestre cómo se siente en ese momento. Así poco a poco sabrá expresar cómo se siente, tanto si está triste, alegre o enfadado, sabrá poner nombre a cada emoción y entenderá cuando la otra persona tenga esos mismos sentimientos.

Si los demás sienten que somos empáticos confiarán más en nosotros, empezando por nuestros hijos.

Para terminar os dejo una frase de Lawrence J.:  «La empatía es como dar a alguien un abrazo psicológico»



sábado, 17 de marzo de 2018

Analfabetismo emocional: cuando a nuestro cerebro le falta corazón


  
Son muchas las personas que sufren analfabetismo emocional. Son hábiles en el dominio de múltiples competencias, disponen de un sinfín de títulos y maestrías, pero hacen la misma gestión emocional que un niño de tres años. Ese aprendizaje no viene de fábrica y es lo queramos o no, una asignatura pendiente a la que deberíamos dedicar más recursos…

La mayoría de nosotros sabemos cuáles son los principios de una buena salud física, a saber: una alimentación equilibrada y lo más natural posible, algo de ejercicio, dormir cada noche entre 7 y 9 horas y realizarnos revisiones médicas periódicas para asegurarnos que todo va bien.

Sin embargo, si hay algo que descuidamos casi de forma alarmante es eso que se contiene entre nuestros oídos: el cerebro. Ahora bien, no nos referimos a ese conjunto de células nerviosas, estructuras y circunvoluciones. Hay que centrar la atención en los indicadores de nuestra salud emocional, es decir, en esa capacidad para sentir la vida y nuestras relaciones, en el estado de esa facultad para entender, controlar y modificar estados anímicos propios y ajenos…

El ser humano es mucho más que una serie de competencias lingüísticas, matemáticas o tecnológicas. Somos, por encima de todo, seres sociales y emocionales, dimensiones estas que quedan a menudo descuidadas, y hasta infravaloradas en las instituciones educativas. Porque, admitámoslo, de poco nos va a servir saber resolver una ecuación de segundo grado si somos incapaces, por ejemplo, de comunicarnos con eficacia y de empatizar con aquellos que nos rodean.


¿Qué es el analfabetismo emocional?

Sabemos que el término “analfabetismo” tiene una connotación negativa. Sin embargo, no podemos llamar de otro modo a una realidad psicosocial más que evidente. Pongamos un ejemplo, en la actualidad se habla mucho de la figura de los líderes transformadores. De personas capaces de dinamizar una organización gracias a su buen manejo de la inteligencia emocional, de la motivación, de su don para producir impacto en los demás y crear entornos donde las personas pueden hacer uso de su creatividad.

En ocasiones se venden ideas que en la realidad, brillan por su ausencia. Así, es bastante común encontrarnos con directivos o líderes empresariales incapaces, no solo de infundir inspiración a los demás, sino con una nula capacidad para controlar sus emociones, su frustración, su enfado… Son como niños de 3 años enfadados por no obtener aquello que desean, situados por completo en ese pensamiento egocéntrico definido por Piaget en su momento.

Veamos no obstante, qué dimensiones caracterizan el analfabetismo emocional.
  • Incapacidad para entender y manejar las propias emociones.
  • Dificultad para comprender las de los demás.
  • Esa falta de autoconciencia emocional los sitúa a menudo en terrenos muy sensibles. Reaccionan de forma desmedida ante cualquier problema, se sienten agobiados y superados ante cualquier dificultad, sea pequeña o grande.
  • No empatizan, son incapaces de situarse en la mirada ajena, de comprender realidades diferentes a la suya.
  • Sus habilidades sociales son muy rígidas y aunque en ocasiones pueden desenvolverse, les falta sensibilidad, asertividad y esa cercanía auténtica con la que crear lazos significativos y no solo relaciones motivadas por el interés personal.
  • Por otro lado, los costes del analfabetismo emocional pueden ser enormes: pensamiento polarizado, represión, racismo o sexismo, narcisismo, necesidad obsesiva por tener la razón. 

La importancia de educar en Inteligencia Emocional

Sabemos que es ya como un eslogan: “hay que educar en Inteligencia Emocional”, debemos entrenarnos en estas habilidades, ser más aptos en materia de emociones. Lo hemos oído hasta la saciedad, hemos leído libros, hemos hecho cursos y decimos que sí con la cabeza cada vez que se nos recuerda la importancia de tener una mayor competencia en esta habilidad.

Sin embargo, las lagunas siguen existiendo. Así, y aunque en algunos currículums educativos de ciertas escuelas ya aparece este objetivo, no podemos pasar por alto algo igual o más importante. Antes de que maestros y profesores entrenen a los niños en el dominio de sus pensamientos y emociones, también ellos deberían ser entrenados previamente.

A menudo, nosotros mismos llegamos a nuestra etapa adulta con un mundo de inseguridades. También nosotros nos levantamos cada día conscientes de que nos faltan herramientas para dominar nuestras emociones, así como ciertas habilidades para encarar mejor la adversidad. De este modo, si no empezamos en primer lugar por nosotros mismos haciendo autoconciencia de nuestro analfabetismo emocional, difícilmente tendremos ese talento para motivar a los más pequeños, para entrenarlos en empatía, asertividad o en habilidades sociales...

Una buena “alfabetización emocional” nos dota de grandes beneficios. Así, algo que aprenderemos en primer lugar es que cada emoción tiene su espacio y su utilidad, que diferenciar entre emociones “negativas” y “positivas” no siempre es acertado, porque en realidad, esos estados que a menudo tanto evitamos sentir como es la tristeza o la decepción, tienen sus espacios de conocimiento, su utilidad y su valioso significado.
De las emociones por tanto no se huye, se encaran para saber qué quieren decirnos. Es un modo sensacional de autoconocimiento que nos dota de fortalezas, que ofrece a nuestra mirada un prisma más amplio… a la vez que flexible. Por tanto, no apartemos o despreciemos la necesidad de estar “al día” en materia de emociones. Atendamos a esos mundos interiores donde saber reconocer, expresar, gestionar y transformar esos sentimientos para que fluyan siempre a nuestro favor y no en nuestra contra…